segunda-feira, 1 de dezembro de 2008

Chile: Pueblo y oligarquía en conflicto por dar termino a un sistema de privilegios


Gregorio Angelcos
Centro Avance

La oligarquía “progresista” enquistada en el gobierno intenta preservar las abismantes diferencias entre sus ingresos con los paupérrimos salarios con que subsisten los trabajadores chilenos. El profesor de historia Francisco Vidal, el economista neoliberal Andrés Velasco y otros, le dan vuelta la espalda a sus respectivos gremios, y proyectan la política de sostener los niveles de marginalidad social y económica de que han sido víctimas los funcionarios públicos durante los gobiernos de Frei, Lagos y Bachelet.

Mientras tanto la derecha asume una crítica cínica al estilo de gestión de la Concertación en materia de justicia social, ya que dado el perfil de sus actores, Piñera, Larraín, Mathei o Coloma, su discurso ha sido ignorar históricamente las demandas laborales, ya que si observamos la situación de un asalariado del sector privado, las condiciones económicas son similares o peores a los trabajadores del sector público.

Han pasado dieciocho años de subordinación de los sectores productivos a un eje de poder discrecional y autoritario, donde la concentración totalitaria de las decisiones ha radicado en una burocracia que no ha pensado ni piensa en la calidad de vida de los ciudadanos, sino que ha actuado, preservando el modelo económico en sus aspectos estructurales ligados al diseño ideado por el capitalismo internacional.

Todos los integrantes de la tecnocracia política que se ha apropiado del país son responsables, y por tanto, el sistema político tiende a colapsar inevitablemente sino se cambia de rumbo. Conceptos como la redistribución del ingreso han desaparecido de los lenguajes oficiales, y el conflicto se agudiza entre los ricos que detentan el poder con un conjunto de privilegios, y los pobres que ven cómo su capacidad de consumo básico tiende a disminuir día a día.

Pero el profesor de historia Francisco Vidal, de escaso intelecto, invita a parlamentar sobre la base de un criterio unilateral, aceptar que continúen expoliando la vida de quienes trabajan en condiciones salariales y ambientales degradantes para la condición humana.

Max Weber definió el poder “como la probabilidad de ser obedecido”, y al parecer los niveles de tolerancia se han ido agotando paulatinamente. Chile ha venido escondiendo sus niveles de pobreza durante largos años, primero fue durante los críticos años de dictadura, donde el sindicalismo fue aplastado por la bota militar, es dable recordar el ignominioso plan laboral de José Piñera, ministro del trabajo de Pinochet, y hermano del presidenciable de Renovación Nacional en la actualidad.

Posteriormente, vino el ascenso en la transición del actual bloque gobernante, pero la continuidad del modelo se mantuvo con algunas rectificaciones. La modernización de un débil capitalismo dependiente no contempló la participación de los trabajadores, y se fue estableciendo, una separación categórica entre gobernantes y gobernados. Los primeros para decidir verticalmente y los segundos para aceptar las decisiones arbitrarias de los primeros.

Así el país observa con impotencia, el debate en el foro público sobre el destino que deberán asumir los chilenos como una política de hechos consumados por los contubernios entre gobierno y oposición. La democracia inclusiva no es más que un artificio publicitario en boca de algunos oligarcas, y como la alegría es una expresión de la emocionalidad individual o colectiva, y por tanto esporádica o circunstancial, lo que cabe aquí es su reemplazo por un mayor respeto de los derechos ciudadanos que garanticen un acceso continuo a la equidad y a su libertad.

La democracia representativa está en crisis, porque quienes reciben el beneficio de la representación en elecciones libres, terminan por actuar en contra de los intereses de sus electores, rompiendo los compromisos de sus programas y haciendo gestión en beneficio de las elites empresariales chilenas y trasnacionales.

Ayer fue la crisis de la educación y el movimiento de los pingüinos, luego el transantiago y sus deficiencias estructurales, hoy son los salarios del sector público, mañana los ingresos de los trabajadores del sector privado. La escasa voluntad para resolver estos y otros problemas que aquejan gravemente a los trabajadores, nos lleva a pensar que la próxima elección presidencial será una falsa competencia entre quienes luchan por preservar sus privilegios, en un sistema hecho a la medida para los ex pinochetistas y los “progresistas” renegados.

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