terça-feira, 3 de fevereiro de 2009

Salvador Allende es más contemporáneo que casi todos nosotros

Carlos Peña
Fundación Salvador Allende

Carlos Peña, Rector de la Universidad Diego Portales, nos entrega su mirada respecto al libro "SALVADOR ALLENDE, Fragmentos para una historia" destacando que Allende es uno de esos raros casos que en vez de reflejar el tiempo que le tocó vivir, acaba definiéndolo. Ofrecemos aquí el texto completo de su intervención.

La figura de Salvador Allende –como lo muestra este libro en el que se reúnen desde notas de investigación a ensayos, todos referidos al papel que cumplió y a lo que dijo- es indiscernible de las interpretaciones que merece la epoca en la que él vivió y cuyo talante ayudó, sin ninguna duda, a configurar. Si casi siempre es verdad que cada uno es hijo de su tiempo; hay casos excepcionales, en que el asunto es a la inversa. Allende es uno de esos raros casos, uno de esos individuos que en vez de reflejarla, acaban definiendo a la epoca que le tocó vivir.

Y es que Salvador Allende es un personaje histórico en el sentido más estricto de esa expresión: mientras las personas comunes y corrientes pasamos por aquí y por allá, y dejamos rastros en la memoria y en la afectividad de quienes nos son cercanos -pero ninguna en la subjetividad colectiva- los personajes como Allende pasan a incorporarse para bien o para mal a la subjetividad de todos, y sus actos y sus palabras, las cosas que hizo y las que padeció, sus frustraciones y sus éxitos, sus imposturas y sus desplantes, acaban modelando la comunidad política y la subjetividad de cada uno de quienes la habitan.

Así entonces ocuparse de Allende, como ocurre con todas las grandes figuras, no consiste en una interpretación del sujeto en sí mismo y de su biografía, sino en una interpretación de la historia de la que él fue parte. Al pensar el continuo de sus actos y el momento trágico de su muerte, al intentar comprenderlos e inteligirlos, estamos en verdad haciendo el intento de comprender lo que somos o, si ustedes prefieren, de lo que hemos llegado a ser.

Hablar de Allende, es entonces, a fin de cuentas, hablar de ese puñado de tiempo que va desde el centenario y llega hasta nosotros porque, como veremos, el retrato que se hace de Allende en cada caso, es, también, un retrato -amable u hostil, severo o comprensivo, laudatorio o levemente irónico- de lo que somos hoy día y en especial de lo que han sido los últimos veinte años de la historia de nuestro país. El resultado es que Salvador Allende es más contemporáneo que casi todos nosotros, al extremo que el talante o la catadura de la epoca que nos ha tocado vivir es casi indiscernible, como vengo diciendo, de la manera en que hoy día comprendemos su figura.

¿Fue Allende el último republicano, como se asevera en uno de los ensayos de este libro? ¿Se trató en cambio de alguien que confió en las instituciones para intuir, sin embargo, ya casi al final, que ellas en vez de expresar la soberanía popular se habían diseñado para inhibirla y ahogarla? ¿Fue quizá Allende el narrador, por llamarlo así, de una utopía, una de las últimas que han poseído eficacia social en nuestro país?Cada uno de esos planteamientos –el Allende republicano, el desencantado de las instituciones, el utópico irredento, el amante de las masas, y podríamos seguir- es deudor de un cierto diagnóstico de la epoca.

Una somera revisión de algunos de los trabajos de este libro muestra eso que acabo recién de decir.

Para Gabriel Salazar, por ejemplo, Allende habría sido, durante buena parte de su vida -sin saberlo o sin quererlo, que para el caso da exactamente lo mismo- partícipe de una rutina institucional erigida sobre la base de defraudar, dice este autor, a la soberanía popular. Desde 1833 en adelante, y hasta hoy día, las instituciones consumarían una suerte de engaño liberal del que Allende se habría dado cuenta sólo el año 1972 cuando llamó al pueblo a deliberar acerca de las bases de una nueva constitución. Así entonces Allende sería un hombre de convicciones revolucionarias, es decir alguien que acogió las demandas de la clase popular, para usar los términos de Salazar, pero provisto de una comprensión más bien pobre del proceso histórico.

Marxista desde el punto de vista de los intereses a los que adhería, Allende no lo sería a la hora de comprender las instituciones y por eso se habría dejado engañar confiando más de la cuenta en ellas. La figura de Allende reflejaría así, como si fuera un espejo, las ilusiones y los engaños del pueblo el que, engatusado por las instituciones liberales, habría bajado la guardia luego de los arrestos revolucionarios de comienzos del siglo veinte. Allende, según ese punto de vista, sería una figura histórica de proporciones, de eso no cabría duda, pero lo habría sido más por su sensibilidad que por su inteligencia histórica o política.

Casi como derivada de la interpretación anterior se encuentra, en este mismo libro, la tesis que la figura de Allende y su papel en la historia proviene más bien de un acontecimiento, por decirlo así, verbal: Salvador Allende habría comenzado a narrar una utopía, la de la democracia proletaria, que nunca había sido antes narrada. O, para echar mano a otra de las interpretaciones que insinúa este libro, Allende habría sido el único político del siglo XX en el que las masas encontraron reconocimiento, es decir, el único político que era capaz de ver en ellas el valor que ellas se atribuían a si mismas.

En el otro extremo de estas interpretaciones, se encuentra la tesis según la cual Allende fue uno de los últimos representantes del espíritu ilustrado, de ese ánimo laico y liberal que estaría a la base de nuestras instituciones desde la consolidación del estado. La escena final de Salvador Allende (la contención de sus discurso, la plena conciencia simbólica del momento, el cuidado de las formas) sería, hasta cierto punto, el final de una epoca cuyo espíritu noble él, a pesar de su izquierdismo, reza esta tesis, representaría. Allí donde las otras interpretaciones ven una mentira –puesto que las instituciones no harían más que encubrir las contradicciones sociales- esta otra lectura ve la única verdad posible digna de ser rescatada. Allí donde las otras interpretaciones ven en Allende la víctima de una mentira histórica, esta última interpretación rescata de Allende su capacidad para oir, en la hora final, la única verdad posible, el valor de las instituciones.

En cada una de esas tesis (Allende como víctima de instituciones mentirosas como el único capaz de representarlas o, en fin, como el único en condiciones de trascenderlas mediante la utopía) salta a la vista, como ustedes advierten, cuánto pesa el presente en los análisis históricos: para quienes ven en los últimos veinte años una suma de transacciones y componendas, una simple administración del modelo, como suele decirse, Allende es una figura casi compensatoria, una muestra del espíritu caballeresco del que la política, todos estos años, se habría despojado. Para quienes, por su parte, ven en el estado de compromiso un permanente escamoteo de la soberanía popular, Allende es un revolucionario que es víctima de una ilusión óptica, alguien que sólo en la hora undécima es capaz de despertar del hechizo que a nosotros se nos habría finalmente revelado.

Por supuesto cada una de esas interpretaciones es, bajo ciertas condiciones plausible (y a ellas cabría, además, agregar otras de las que, en abundancia, nos proporciona la literatura); pero en vez de evaluar la verosimilitud de esos puntos de vista, quizá sería mejor preguntar por qué ponemos tanto empeño hoy día no solo en celebrar (lo que, claro, está justificado de sobra) sino especialmente en auscultar la figura de Allende.

Se trata de un problema interesante para la izquierda, sobretodo si ustedes recuerdan que En el dieciocho brumario de Luis Bonaparte, Marx aconseja que las revoluciones saquen su poética del porvenir y no del pasado. “Una revolución, dice Marx, no puede comenzar su propia tarea antes de despojarse de toda veneración supersticiosa por el pasado y debe dejar que los muertos entierren a sus muertos…”

¿Por qué hemos abandonado ese consejo de Marx ahora, en el centenario del nacimiento de Allende al extremo que, como hemos visto, la reflexión sobre su figura acaba siendo casi siempre una reflexión sobre lo que somos hoy?

Quizá la explicación para ese fenómeno radique en que el porvenir como lo concebía Marx y como lo soñó Allende –la historia conducida por las masas populares convertidas en sujeto- desgraciadamente ya no existe. Los procesos de modernización que nuestro país ha experimentado en los últimos veinte años –desde la expansión del consumo a la escolaridad, pasando por los cambios urbanos- han transformado al antiguo proletario en un consumidor, a las masas en muchedumbres más o menos inorgánicas, a los viejos políticos en plácidos parlamentarios, a las demandas sociales que se movilizan en las calles en intereses que se priorizan en el escritorio de un policy maker. En medio de ese escenario, que para bien o para mal es el que tenemos hoy día ante los ojos, la única posibilidad de la esperanza reside en mantener con porfía la memoria de lo perdido y de lo desaparecido. Y esa es la explicación de porqué volvemos una y otra vez sobre Allende.

Es como si supiéramos que en la memoria se encuentra la única posibilidad a nuestro alcance de resistir el secuestro de la vida y de la política que desgraciadamente efectúan los procesos de modernización.

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