sexta-feira, 17 de julho de 2009

De la revolución a la metamorfosis

Edgar Morin
Le Monde

El éxito Verde en las elecciones europeas, en Francia, no debe ser ni sobreestimado ni subestimado. No debe ser sobreestimado porque proviene en parte de la carencia del Partido Socialista, de la escasa credibilidad del MoDem y de las pequeñas formaciones de izquierda. No debe ser subestimado porque manifiesta también el progreso político de la conciencia ecológica en nuestro país.

Pero lo que sigue siendo insuficiente es la conciencia de la relación entre política y ecología. Desde luego, con mucha razón, Daniel Cohn-Bendit habla en nombre de una ecología política. Pero no basta con introducir la política en la ecología; es necesario también introducir la ecología en la política. En efecto, los problemas de la justicia, del Estado, de la igualdad, de las relaciones sociales, escapan a la ecología. Una política que no englobara la ecología estaría mutilada, pero una política que se redujera a la ecología estaría igualmente mutilada.

La ecología tiene el mérito de inducirnos a modificar nuestro pensamiento y nuestra acción sobre la naturaleza. Sin duda, esta modificación está lejos de realizarse. La visión de un universo de objetos que el hombre está destinado a manipular y a dominar no ha sido verdaderamente sustituida todavía por la visión de una naturaleza viva en la que es preciso respetar las regulaciones y las diversidades.

La visión de un hombre «sobrenatural» no ha sido sustituida todavía por la visión de nuestra interdependencia compleja con el mundo vivo, cuya muerte significaría nuestra muerte. La ecología política tiene además el mérito de conducirnos a modificar nuestro pensamiento y nuestra acción sobre la sociedad y sobre nosotros mismos.

En efecto, toda política ecológica tiene dos caras, una de ellas vuelta hacia la naturaleza, la otra hacia la sociedad. Así, la política que pretende reemplazar las energías fósiles contaminantes por energías limpias es, al mismo tiempo, una política de salud, de higiene, de calidad de vida. La política de las economías energéticas es a la vez un aspecto de una política que evite las dilapidaciones y luche contra las intoxicaciones consumistas de las clases medias.

La política que hace retroceder a la agricultura y la ganadería industrializadas descontaminando así las capas freáticas, desintoxicando la alimentación animal, viciada de hormonas y de antibióticos, la alimentación vegetal impregnada de pesticidas y herbicidas, sería al mismo tiempo una política de higiene y de salud públicas, de calidad de los alimentos y de calidad de vida. La política que dirige sus esfuerzos a descontaminar las ciudades, rodeándolas con un cinturón de aparcamientos, desarrollando los transportes públicos eléctricos, haciendo peatonales los centros históricos, contribuiría fuertemente a una rehumanización de las ciudades, que comportaría además la reintroducción del carácter mixto social suprimiendo los guetos sociales, comprendidos los guetos de lujo para privilegiados.

Sobriedad, calidad y poesía

De hecho, hay ya en el segundo aspecto de la ecología política una parte económica y social (las grandes obras necesarias para el desarrollo de una economía verde, comprendida la construcción de aparcamientos alrededor de las ciudades). Hay también algo más profundo, que no se halla todavía en ningún programa político: es la necesidad positiva de cambiar nuestras vidas, no solamente en el sentido de la sobriedad, sino sobre todo en el sentido de la calidad y de la poesía de la vida.

Pero esta segunda cara no está todavía suficientemente desarrollada en la ecología política. En primer lugar, ésta no ha asimilado el segundo mensaje, de hecho complementario, formulado en la misma época que el mensaje ecológico, al principio de los años setenta, el de Ivan Illich. Éste había formulado una crítica original de nuestra civilización, mostrando cómo un malestar físico acompañaba los progresos del bienestar material, cómo la hiperespecialización en la educación o la medicina producía de nuevo obcecaciones, cuán necesario era regenerar las relaciones humanas en lo que llamaba convivencialidad. Cuando el mensaje ecológico penetraba lentamente en la conciencia política, el mensaje illichtiano se quedaba confinado.

Las degradaciones del mundo exterior eran cada vez más visibles, mientras que las degradaciones físicas parecían ser propias de la vida privada y se convertían en invisibles a la conciencia política. El malestar físico realzaba y realza todavía los medicamentos, somníferos, antidepresivos, psicoterapias, psicoanálisis, gurús, pero no es percibido como un efecto de civilización.

El cálculo aplicado a todos los aspectos de la vida humana oculta lo que no puede ser calculado; es decir, el sufrimiento, la felicidad, la alegría, el amor; en resumen, lo que es importante en nuestras vidas y que parece extrasocial, puramente personal. Todas las soluciones examinadas son cuantitativas: crecimiento económico, crecimiento del PIB. ¿Cuándo la política tomará en consideración la inmensa necesidad de amor de la especie humana perdida en el cosmos?

Una política que integrara la ecología en el conjunto del problema humano afrontaría los problemas que plantean los efectos negativos, cada vez más importantes en relación con los efectos positivos, los desarrollos de nuestra civilización, entre ellos la degradación de las solidaridades, lo que nos haría comprender que la instauración de nuevas solidaridades es un aspecto capital de una política de civilización.

Ecología y regeneración política

La ecología política no podría aislarse. Puede y debe arraigarse en los principios de las políticas emancipadoras que han animado a las ideologías republicana, socialista, luego comunista, y que han irrigado la conciencia cívica del pueblo de izquierda en Francia. Así, la ecología política podría entrar en una gran política regenerada, y contribuir a regenerarla.

Una gran política regenerada se impone más aún cuando el Partido Socialista es incapaz de salir de su gran crisis. Se encierra en una alternativa estéril entre dos remedios antagonistas. El primero es la «modernización» (es decir, la adhesión a las soluciones tecnoliberales), cuando la modernidad está en crisis en el mundo. El otro remedio, la izquierdización, es incapaz de formular un modelo de sociedad. El izquierdismo sufre actualmente un revolucionarismo privado de revolución. Denuncia precisamente la economía neoliberal y los desenfrenos del capitalismo, pero es incapaz de enunciar una alternativa. El término «partido anticapitalista» revela esta carencia.

Si la ecología política manifiesta su verdad y sus insuficiencias, los partidos de izquierda manifiestan, cada uno a su manera, sus verdades, sus errores y sus carencias. Todos deberían descomponerse para recomponerse en una fuerza política regenerada que pudiera abrir algunas vías. La vía económica sería la de una economía plural. La vía social sería la del retroceso de las desigualdades, de la desburocratización de las organizaciones públicas y privadas, de la instauración de las solidaridades. La vía pedagógica sería la de una reforma cognitiva, que permitiría conectar los conocimientos, más que nunca divididos y desunidos, a fin de tratar los problemas fundamentales y globales de nuestro tiempo.

La vía existencial sería la de una reforma de la vida, en la que llegaría a la conciencia lo que es experimentado oscuramente por cada cual, que el amor y la comprensión son los bienes más preciosos para un ser humano y que lo importante es vivir poéticamente; es decir, en la plena realización personal, la comunión y el fervor.

Hacia el comienzo de un comienzo

Y si es cierto que el curso de nuestra civilización, convertida en globalizada, conduce al abismo y que precisamos cambiar de vía, todas estas nuevas vías deberían poder converger para constituir una gran vía que conduciría más que a una revolución, a una metamorfosis. Pues cuando un sistema no es capaz de tratar sus problemas vitales, o bien se desintegra, o bien produce un metasistema más rico, capaz de tratarlos: se metamorfosea.

La inseparabilidad de la idea del progreso reformador y de una metamorfosis permitiría conciliar la aspiración reformadora y la aspiración revolucionaria. Permitiría la resurrección de la esperanza sin la que ninguna política de salvación es posible. Ni siquiera estamos al comienzo de la regeneración política. Pero la ecología política podría seducir y animar el comienzo de un comienzo.

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