sexta-feira, 19 de fevereiro de 2010

África mía, ¿50 años de deuda externa?



Mauricio David Idrimi

Al Dorso

El año 1960 fue declarado por la ONU como el “Año de Africa”, ya que unas 16 naciones nuevas surgían en el continente africano como países independientes en la escena mundial. Por cierto la esfera internacional era bastante tensa. Se llevaban unos 15 años de mundo bipolar de guerra fría y Estados Unidos veía con malos ojos que las nuevas naciones africanas se tienten en seguir a los soviéticos o los ideales de las guerras independentistas de Argelia, la resistencia vietnamita o la Revolución Cubana.

Dahomey (la actual república de Benín), Camerún, Togo, Madagascar. El ex Congo belga, Somalia, Níger, Alto Volta (hoy Burkina Fasso), Chad, Costa de Marfil, República Centroafricana, Congo, Gabón, Nigeria, Mali y Mauritania lograron en ese año convertirse en los nuevos países miembros de la ONU no sin dificultades internas posteriormente. Dejaban atrás un pasado colonial que se había iniciado con la Conferencia de Berlín, celebrada en la capital alemana entre noviembre de 1884 y febrero de 1885, pero las sombras del neocolonialismo intimidaban a las nuevas naciones. Han pasado cincuenta años. Aquel continente formado por colonias europeas ha pasado a ser hoy un conjunto de 53 naciones independientes reunidas entorno a un organismo común, la Unión Africana, y con diversas asociaciones políticas, económicas y comerciales a nivel regional.

Pero muchas tareas pendientes quedan por resolver en África. Dictaduras vitalicias aún vigentes, “transiciones democráticas” polémicas y plagadas de autoritarismo cívico-militar, conflictos armados sin fin, genocidios persistentes y el caso del Sahara Occidental, que la activista Aminatu Haidar ha logrado poner en la agenda de la comunidad internacional otra vez, representan un panorama poco alentador para el futuro de todos los africanos. Varios analistas caracterizan la realidad actual del continente africano con la ola de democratización no alejada de las influencias del libre mercado y las recetas del FMI y el Banco Mundial. Desde el final de la guerra fría, varias naciones africanas, inclusive aquellas que habían adoptado el modelo socialista, se sumaron a la “panacea neoliberal” propuesta por Washington y no dudaron en caer en la dependencia económica, comercial y financiera de Occidente. En los últimos 10 años la Unión Europea, junto a Estados Unidos han puesto un pie firme en las diferentes economías agro minero exportadoras africanas, como así también en las promesas de extraer petróleo en la zona del golfo de Guinea. Pero los conflictos internos en algunas naciones han puesto en evidencia que Occidente no puede del todo dominar la situación. Países como Sudán y Zimbabwe se presentan como díscolos frente a Occidente y no dudan en coquetear con China y Rusia a la hora de hacer negocios. De hecho, China trata de avanzar en África firmando jugosos acuerdos con varios países africanos entrando a competir con las corporaciones europeas y norteamericanas para explotar materias primas agropecuarias, mineras y forestales.

Pero más allá de las relaciones africanas con el mundo exterior hay algo que persiste y que mantiene al continente en profunda posición de neocolonialismo frente a ese mundo occidental que una vez lo esclavizó. Se trata de su deuda externa. A 50 años del “Año del África” la deuda externa sigue siendo una carga pesada para el propio desarrollo africano en un mundo globalizado que no está a su favor. El patriota congoleño Patrice Lumumba había señalado en 1960 que África quedará en una nueva posición de esclavitud si las metrópolis occidentales continúan ejerciendo poder económico, prestando dinero como usureros del medioevo. El prócer de Angola, Agostinho Neto había denunciado a mediados del decenio de 1970 que Occidente quiere recolonizar África con dólares. Y el incansable luchador Thomas Sankara, líder de la revolución social en Burkina Fasso, no dudó en llamar a la deuda externa africana como la nueva esclavitud para los africanos en 1984.

Las deudas de África son ilegítimas y se tomaron durante la guerra fría por parte de regímenes represivos y líderes corruptos. Y ahí están los casos de Joseph Mobutu del ex Zaire, de Amin Idi Dada de Uganda, de Bosakka de República Centroafricana, de Félix Houphouet Boigny de Costa de Marfil, dictadores que empobrecieron a sus pueblos y que tenían el visto bueno por parte de los organismos internacionales de crédito. Mbuyi Kabunda, miembro del Instituto de Estudios Africanos, en el Simposio Internacional "Pobre Mundo Rico", en 2007, afirmaba sin tapujos: “La deuda es ilegítima, inmoral y odiosa. Todo lo que sale del suelo africano está destinado al pago de la deuda, y África paga tres y cuatro veces más a las regiones que son más ricas que ella: es una vergüenza de la humanidad, que hace que tengamos que considerar el código de comportamiento moral”. Se trataba de una dura respuesta a los planes “benévolos” de las potencias industriales del G-8 cuando en el 2004 se habían reunido en Sea Island, Estados Unidos, para debatir una “acción para África”, con el fin de reducir la deuda externa del continente. Todo quedó en la nada.

Iolanda Fresnillo, del Observatorio de la Deuda en la Globalización, respondía en un reportaje a fines de 2007 y en sintonía con Kabunda: “La deuda externa en África Sur-Sahariana era en 2005 de poco más de 200 mil millones US$. Esta cifra puede parecer no demasiado elevada si la comparamos con la deuda externa de todos los países empobrecidos (2,8 billones US$), pero en realidad equivale cerca de la mitad del PNB de toda la región (mientras que si consideramos todos los países empobrecidos la relación deuda total/PNB es del 33,9%). En otras palabras, la mitad de la riqueza económica de África Sur-Sahariana está hipotecada con la deuda externa. Asimismo, la deuda externa de la región sur-sahariana equivale al 138% de sus exportaciones, mientras que la media para los países empobrecidos es del 88%. En 2005, los países africanos pagaron a sus acreedores 23.300 millones US$ en concepto de servicio de la deuda, mientras que la Ayuda Oficial al Desarrollo recibida desde los países de la OCDE (AOD bilateral) fue de poco más de 22.500 mil millones.” También señala que en “el periodo entre 1980 y 2002, África Sur-Sahariana ha devuelto más de 250.000 millones US$, lo que hace cuatro veces la deuda de 1980”, siguiendo datos del Comité de Anulación de la Deuda Externa del Tercer Mundo (CADTM).

Junto al hambre, las guerras civiles, los genocidios, los conflictos internos y étnicos, las dictaduras pretorianas, el empobrecimiento, las desigualdades socioeconómicas dentro de los países, del saqueo de los recursos naturales por las multinacionales, los niños soldados, el SIDA, la deuda externa también es un flagelo para África. Pasaron 50 años y los sueños de independencia real y digna parecen haberse esfumado para seguir esclavizando a la patria de la humanidad. Porque África es cuna de la historia humana, todos los seres humanos de este planeta castigado son hijos de África. Todos somos africanos. Es lo que se podría afirmar tras conocer las conclusiones a las que ha llegado el científico británico Spencer Wells, después de analizar el cromosoma de miles de ciudadanos de todo el mundo. Su objetivo era trazar la historia del hombre y de las migraciones que le hicieron poblar todo el mundo a partir de una misma población africana. El resultado es un libro en el que se desvelan algunos misterios que deberían conocer quienes más distintos se sienten por el color de su piel. No sabemos qué hubieran pensado los tratantes de esclavos o el mismísimo Adolf Hitler si hubieran sabido en su día que su origen, igual que el de todos los hombres, está en el corazón de África.

Si, ese continente es la patria de la humanidad. Para que entiendan los xenófobos y trasnochados del apartheid sudafricano, el más blanco de los blancos de Escandinavia, Alemania, Rusia, Estados Unidos, Canadá o Argentina es hijo lejano de África; el más oriental de los orientales de China, Mongolia, Camboya, Viet Nam o Filipinas es hijo de África; los denominados pueblos originarios de las Américas, las diversas culturas de India, Australia y las islas del Pacífico Sur son hijos lejanos del continente negro. Pero la historia reciente le ha legado una tragedia a la cuna de nuestra humanidad caótica. Hoy África pasa a ser la retaguardia más escalofriante de la historia. Para la opinión pública mundial el continente negro no deja de ser caracterizada como la región más pobre, la más ignorada y la más inestable del planeta. Por lo menos eso se piensa comúnmente de la parte sur del gran desierto sahariano. Muchos especialistas en relaciones internacionales serios ponen de manifiesto la triste realidad del continente africano, en el que a pesar de la gran riqueza de recursos (materias primas, producción agrícola, capital humano) sólo representa el 1 por 100 del PIB mundial y concentra los mayores índices de pobreza y desigualdad mundiales. Además, y esto no es un dato menor, el 30% de las reservas mundiales de materias primas más cotizadas se encuentran en dicho continente. Ese es el resultado no solo de la actual globalización neoliberal, sino del propio desarrollo desigual de la historia humana misma. Ayer, África era la cuna de la globalización humana sobre todos los continentes; hoy, es la víctima más azotada de otra globalización inhumana. África no es deudora, los que hicieron a la humanidad inhumana con el capital y la usura tienen una deuda importante con la patria africana.

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