segunda-feira, 15 de março de 2010

Italia: en las raíces de la decadencia



Rossana Rossanda
Il Manifesto

Sobre Italia se extiende un río de fango, escribe Asor Rosa. Lo repite Albero Burgio. Está recién publicado por la editorial Bollati Boringhieri el libro de Franco Cordero El caldo de las Once –el que le era servido al condenado antes de ahorcarlo—, donde el más erudito e iracundo de nuestros juristas nos pinta, tras de un primer capítulo sobre las fechorías de otro tiempo, la Italia de Berlusconi.

¿Por qué esta masa apestosa se propaga ahora? Y ¿a qué cabe achacarla? ¿Únicamente a Berlusconi? Sus intereses, pensamientos y modales –entre sus defectos no está la hipocresía, sino, al contrario, la insistencia inoportuna— eran notorios para los italianos que lo han votado en tres ocasiones, y cada vez durante mandatos más largos. Habían sido bastante más cautos con respecto a Bettino Craxi, que era el amigo de Berlusconi y el hombre al que Enrico Berlinguer le echó en cara el problema moral.

¿Existe en Italia quizá una inclinación a corromperse y a ser corrompido, debida a los siglos de sometimiento bajo el dominio extranjero o a prepotentes señores locales, con la excepción del luminoso intervalo del periodo municipal? Pero incluso en Dante halló malversadores en su Infierno, y Petrarca se sentaba, melancólico, a orillas del Arno observando las plagas mortales de la Italia de su tiempo. Se puede decir que parece ser algo fatal la adherencia al poder de una dosis de inmoralidad. No existe país alguno, por otro lado, en donde los escándalos no se produzcan , y estamos apenas al comienzo -mejor dicho, estamos ya dentro- de una tempestad mundial de delitos financieros, a lo que parece, bastante difícil de castigar y de prevenir, y por sumas tan asombrosas, que los cinco mil euros públicos que el ex alcalde de Bolonia hizo que le fuesen librados a la mujer de su corazón, para no hablar de los mil o dos mil a los invitados de Berlusconi, parecen una simple propinilla. Y sin embargo, no se puede decir que la principal característica de los Estados Unidos de Madoff sea la malversación por doquier acompañada del escarnio contra la magistratura y los cambios en la ley para favorecer al presidente. Por el contrario, entre nosotros, sí. Hablar de Italia significa hablar de esto, tanto, que en el extranjero se ha convertido en signo de fair play no mencionarlo. Hemos desaparecido de la escena internacional.

¿Cómo hemos venido a parar en esto? Ya habíamos inventado el fascismo apenas acabada la unificación nacional, pero incluso después del duro despertar de la guerra y de una resistencia que quiso limpiar el país y se dio una de las mejores constituciones europeas, no faltaron las porquerías . Para no hablar de la Mafia y de la Camorra, percibidas como un mal genético, la inmoralidad privada/pública estuvo siempre asediándonos, desde Lauro, que compraba votos con paquetes de pasta, hasta otros ejemplos que no podrían ser considerados meros casos de inmoralidad local. No lo fueron ciertamente las fechorías de la Federconsorzi de Bonomi, las oscuridades de la Casa del Mezzogiorno, el escándalo de Lockheed (exactamente, ¿quién habrá sido Antílope Cobbler?) por citar los primeros que se me vienen a la mente, y por no hablar de Gladio y de los servicios secretos, perpetuamente desviados de su cometido. Todo esto pesaba sobre los hombros de la Democracia Cristiana, el partido convertido en Estado, pero –como dijo Aldo Moro en el parlamento sin que temblasen los escaños— la Democracia Cristiana no se procesa. Y en efecto, no supieron entender su memorial, no sólo las Brigadas Rojas conducidas a la propia ruina por su secuestro y asesinato, sino tampoco las dos cámaras de la Comisión de investigación. ¿Distraídos? ¿Cómplices?

No lo creo. En tiempos más serios, el PCI y el primer PSI invitaban a no confundir la clase dominante con los pinches de cocina, y a distinguir las distintas responsabilidades y culpas de una y otros, haciendo salir a luz en las Cámaras y en los consejos municipales, tal como sucedió en el caso de Roma, los escándalos, y haciendo aprobar, prescindiendo de los números de mayoría y oposición, las únicas reformas que tuvo el país. No se identificó nunca a Italia ni a la detestada Democracia Cristiana con sus, gordos, episodios de inmoralidad.

Durante los años 70 la escena política cambió. El PCI persiguió inútilmente un acuerdo “histórico” con la DC, desarmando y dividiendo a la oposición institucional y desorientando las listas de izquierda. Con la muerte de Aldo Moro, a quien la DC no trató de salvar tal como él pedía y ella hubiera hecho de ser otro el que hubiera estado en su lugar, el partido democristiano quedó sumido en la mayor confusión, mientras que Berlinguer echaba en falta al único interlocutor que resultaba haber tenido, lo cual convertía en completamente vana la estrategia que había perseguido. De golpe, en el 79 cambiaba la línea, obstaculizado por un grupo dirigente y por cuadros locales que estaban, por el contrario, a la búsqueda de “amplios acuerdos” cuyos únicos resultados fueron el desmesurado crecimiento de los costes de la clase política y el fin de la oposición parlamentaria y popular. Así una mayoría ya sin un verdadero jefe y una izquierda desnorteada se enfrentaron, sin verla, a una ofensiva capitalista de escala mundial que emprendía un vuelco de tendencia, reorganizando brutalmente la propiedad y la organización del trabajo. En 1984 el referéndum sobre la escala móvil acarreaba, por primera vez desde 1948, una derrota de los trabajadores, y tres años después, las elecciones de 1987 esbozaban el resquebrajamiento de los equilibrios de la primera república. Dos años después, y sobre un PCI ya en dificultades, caía el hacha del 89, ante la cual Occheto ofrecía voluntariosamente el cuello; a Craxi y al gobierno DC- PSI, Tangentópoli les daba el golpe de gracia.

A varios años de distancia, se ve que bien pocos de los peces gordos imputados por Manos Limpias permanecieron en las redes de la justicia. Pero el impacto político, sumado a los procesos antes mencionados fue enorme porque la corrupción no dejó de crecer. Sobre un paisaje de partidos devastados por recíprocos tsunamis, aparecía en escena Berlusconi, símbolo del beneficio, de la empresa en estado puro, de la competencia sin escrúpulos que de golpe se presentaba como el único anclaje sólido con respecto a patrañas “ideológicas” tales como las clases, la explotación del trabajo, la perversidad de la especulación financiera e inmobiliaria, el primado del bien común o la necesidad de una ética pública…

Anclaje sólido y de manga ancha. Si su único precepto era producir al precio más bajo, hacer cesar cualquier mediación social para ser más generosos con el capital y los accionistas, vender a los ricos y obligar a los más pobres a comprar lo que no podían ya producir (¿qué otra cosa es, si no, el África?) especular a mansalva con el riesgo y con lo inexistente, ¿por qué demonizar cierta astucia, cierto modo de hacer la vista gorda, cierta mercantilización de la cosa pública? En el fondo, en los Estados Unidos, la compraventa de los miembros del Congreso y del Senado está legitimada por los lobbies, con los cuales está tratando Obama para lograr hacer pasar al menos un tercio de su proyecto de reforma sanitaria. Entre nosotros, el lobby más poderoso es una mayoría blindada mediante el voto de confianza, del cual nadie puede desembarazarse sin perecer. Las instituciones pierden por completo su naturaleza neutra en el caso de que la hayan tenido nunca, y todos dan por bueno que se privaticen funciones o bienes públicos. Si la ley se opone a ello, se cambia la ley. El parlamento podría ser cerrado también, tal como Berlusconi no ha dudado en decir, proponiendo que se sienten a votar sólo los jefes de grupo parlamentario, en proporción con los electores que representan, y ni tan siquiera en esta ocasión las cámaras se alzaron aullando. Nuestro hombre tiene el nivel cultural de Sarah Palin y la falta de escrúpulos de Dick Cheney. Sólo que la mitad de los norteamericanos ha votado en contra de ambos, mientras que un poco más de la mitad de los italianos se pronuncia por él.

Entre los años setenta y los ochenta están las raíces de la actual proliferación de esta mala hierba. Contra la cual se yergue sin vacilaciones tan solo un magistrado ambicioso, para el cual la sociedad entera se compone y divide entre honrados y corruptos. Antes había propuesto esta filosofía a los industriales reunidos en Cernobbio; ahora hace fortuna entre el pueblo, más o menos violeta, de una ex izquierda o dimisionaria o hecha trizas. Y luego hay quien especula sutilmente sobre el origen de la antipolítica.

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