sábado, 13 de fevereiro de 2016

Lenin y Putin: ¿a propósito de cuál revolución?

Isabelle Mandraud
Le Monde

Se acerca el centenario de la revolución de octubre de 1917 y sigue sin resolverse la cuestión de qué hacer con Lenin. Noventa y dos años después de su muerte, el dirigente de la revolución bolchevique sigue presente en todos los rincones de Rusia, en el metro de Moscú y, por supuesto, en la plaza Roja, donde su cuerpo embalsamado reposa dentro de un mausoleo de granito. Lenin está en todas partes. En 2011, Rusia Unida, el partido en el poder, trató de movilizar a los partidarios de su entierro lanzando una página web con el nombre de Good Bye Lenin. Sin embargo, hasta ahora, y pese a las 620 648 respuestas afirmativas, la iniciativa ha caído en saco roto. Ningún dirigente ruso ha logrado tumbar la figura de Vladímir Ilíich Uliánov, el primer jefe de Estado soviético.

Peor aún, el actor estadounidense Leonardo Di Caprio lo representará en el cine. También han sorprendido las declaraciones de Vladímir Putin ante el Consejo de la Ciencia y la Educación reunido el 21 de enero en el Kremlin, en que el presidente ruso no ha dudado en acusar a Lenin de haber llevado a Rusia a su “hundimiento”. “Puso una bomba atómica bajo la casa Rusia que después explotó”, afirmó, provocando la ira del Partido Comunista, primera fuerza de oposición parlamentaria en Rusia. “Criticar [a Lenin] es atentar contra la seguridad del Estado”, zanjó el 2 de febrero Guenadi Ziugánov [estalinista de relieve que juega su baza], primer secretario del PC ruso, citado por la agencia Interfax.

“Me avergüenzan las cosas absurdas que dice el dirigente de nuestro país sobre su gran predecesor”, escribe Roman Kobízov, diputado de la región de Amur, en el extremo oriente del país, en un largo texto publicado en la página web del partido, y añade: “Quienes vapulean su país como hacen los nacionalistas ucranianos del Sector Derecha son una reencarnación de Bandera. El nombre de Putin es Bandera.” ¡Caramba!, ¿el presidente ruso equiparado al nacionalista ucraniano que colaboró con la Alemania nazi? El asunto va en serio. En un congreso político celebrado en Stavropol, Putin trató poco después de endulzar sus palabras. “Al igual que millones de ciudadanos soviéticos, yo fui miembro del Partido Comunista”, dijo pasando por alto su pasado como agente del KGB (servicio secreto soviético). “Sin embargo, a diferencia de muchos funcionarios del partido, no he tirado mi carnet, no lo he quemado […]. Todavía lo guardo en alguna parte.”

Ucrania en el punto de mira

“Siempre me han gustado las ideas comunistas y socialistas”, prosiguió el jefe del Estado. “Si leemos el código de los fundadores del comunismo […], se parece mucho a la Biblia. No es un chiste. Estamos hablando de cosas buenas, de igualdad, de fraternidad, de felicidad…” Al oír esto, los comunistas recuperaron el aliento, pero lo que vino después les desengañó: “Sin embargo, la realización concreta de esos ideales tiene muy poco que ver con las utopías socialistas de Saint-Simon u Owen.” Y adujo el ejemplo del asesinato de la familia del último zar de Rusia por los bolcheviques: “Supongo que tenían razones ideológicas para eliminar a sus herederos, pero ¿por qué matar al doctor Botkin, médico del Zar Nicolás II? ¿Por qué acabar con el personal doméstico, que eran proletarios? Para cubrir el crimen.”

Ya puestos, Putin denunció el papel del partido bolchevique durante la primera guerra mundial –“perdimos frente a una nación derrotada […], un caso único en la historia”–, antes de abordar la cuestión central de su intervención: sí, Lenin colocó sin duda “una bomba de relojería” bajo los cimientos de Rusia. Por un motivo muy sencillo, como explicó el jefe del Kremlin: la autonomía que el antiguo dirigente había concedido a los “sujetos” de la URSS “sobre la base de una igualdad plena, con derecho de cada uno a abandonar la unión”, fue un error. Putin calificó de “absurda” la decisión de ceder el Donbas a Ucrania…

“Las fronteras se fijaron de forma arbitraria, sin mucho razonamiento. ¿Por qué integraron el Donbas en Ucrania?” Mientras prosiguen laboriosamente los debates sobre la puesta en práctica de los acuerdos de Minsk -que se supone apaciguarán la situación en el este de Ucrania, donde se libra un combate sangriento entre los separatistas prorrusos, apoyados por Moscú, y las fuerzas de Kiev-, esta reflexión dice mucho de la visión que tiene el Kremlin de la integridad territorial de su vecina… Desde luego, no asombrará a quienes se acuerdan de que Putin calificó en su día la desaparición de la URSS de la “mayor catástrofe” del siglo XX. Sin embargo, no cabe duda de que detrás de esta evaluación del papel de Lenin hay más cosas. Obnubilado por las “revoluciones”, esas auténticas bombas de relojería, Putin no las tiene todas consigo ante la aproximación del centenario de uno de los más grandes revolucionarios de todos los tiempos.

sexta-feira, 12 de fevereiro de 2016

Luchaban por un mundo nuevo. Libertarias, anarquistas y feministas


Ser mujer y pertenecer al movimiento libertario te garantiza un espacio vacío en la Historia de los grandes volúmenes académicos, te releva al silencio de la ciencia heteropatriarcal que busca en el pasado aquellos procesos y hechos que dan sentido a la trayectoria del capital. Estas páginas nacieron de la búsqueda de la genealogía de las mujeres revolucionarias, aquellas que vivieron la revolución tras el levantamiento fascista del 18 de julio del 36, pero también de aquellas cuya existencia era por sí revolucionaria en una sociedad dónde las mujeres comenzaban a luchar por su autonomía vital y por su libertad personal.

¿Cuáles eran sus puntos de partida? ¿Cómo afrontaban las complicaciones de simbolizar el arquetipo de mujer proletaria? ¿Qué contradicciones se gestaron entre sus discursos y sus experiencias vitales? Con tan ambiciosos interrogantes se pone en marcha este texto que recoge la trayectoria vital de dos mujeres que encarnaron en sus actos su compromiso con la Revolución Social y su búsqueda de un nuevo mundo en el que conceptos como Libertad, Justicia e Igualdad fueran una realidad palpable y no una entelequia.

quinta-feira, 4 de fevereiro de 2016

Para tirar a esquerda do marasmo

Immanuel Wallerstein
Outras Palavras

Quanto Bernie Sanders anunciou que disputaria a indicação pelo Partido Democrata à presidência dos EUA, pouca gente o levou a sério. Hillary Clinton parecia ter tanto apoio que sua escolha parecia garantida sem dificuldades.

Contudo, Sanders persistiu em sua busca aparentemente utópica. Para surpresa da maioria dos observadores, o tamanho de sua audiência em encontros que se espalharam pelo país passou a aumentar de modo consistente. Sua tática essencial era atacar as grandes corporações. Ele lembrava que elas usam seu dinheiro para controlar decisões políticas e anular o debate sobre o abismo crescente entre os muito ricos e a vasta maioria do povo americano, que perde renda real e empregos. Para enfatizar sua posição, Sanders recusou-se a receber dinheiro de grandes doadores e arrecadou fundos apenas de indivíduos que doam pequenas quantias.

Ao fazer isso, Sanders tocou num veio profundo do descontentamento popular, não apenas entre aqueles que estão na base da pirâmide de renda mas da assim chamada classe média, que teme estar sendo levada para o fundo do poço. Agora, as pesquisas mostram que Sanders ganhou apoio suficiente para atuar como um sério oponente a Clinton.

Sanders tem suas limitações, especialmente o fato de que seu apelo para minorias raciais e étnicas parece limitado. Mas tem sido bem sucedido em forçar o debate público sobre a desigualdade de renda. Ele empurra o discurso de Hillary para a esquerda, já que ela busca recuperar eleitores potenciais de seu oponente. Seja qual for o resultado final da convenção do Partido Democrata, Sanders conseguiu muito mais do que quase todos previram no início de sua campanha. Ele forçou, no mínimo, um sério debate sobre programa, no Partido Democrata.

Em janeiro de 2016, parece ter começado uma campanha paralela na França. É semelhante, em vários sentidos, à de Sanders; mas também bem diferente, devido à estrutura das instituições eleitorais dos dois países.

Três intelectuais de esquerda decidiram lançar um apelo público por uma prévia da esquerda. Eles são Yannick Jadot, um ativista de longa data em grupos ambientalistas; Daniel Cohn-Bendit, famoso por sua participação em maio de 1968 mas empenhado, há algum tempo, em unir forças ambientalistas, socialistas de esquerda e pró-Europa; e Michel Wieviorka, um sociólogo que foi conselheiro da figuras à esquerda, no Partido Socialista.

Eles fizeram um apelo público denunciando a passividade diante da guinada à direita na política francesa – incluindo, é claro, a crescente força eleitoral da Frente Nacional. Apelaram a um debate público sério sobre como unir as forças de esquerda e centro-esquerda para incidir nas eleições presidenciais previstas para 2017. Antes de fazer esse apelo, buscaram apoio de intelectuais conhecidos do público, de múltiplas categorias políticas – inclusive Thomas Piketty e Pierre Rosanvallon. E persuadiram o Libération, maior jornal francês de centro-esquerda, a dedicar uma edição inteira, em 11 de janeiro de 2016, ao apelo e seus múltiplos apoios.

Duas semanas depois, em 26 de janeiro, o Libération dedicou outra edição ao mesmo tema. A essa altura, 70 mil pessoas haviam assinado o documento. A edição continha artigos de várias personalidades públicas sobre temas que viam como os principais a ser debatidos, e sobre como debatê-los melhor. Muito do debate está centrado em qual é a função de uma prévia. O conceito é importado das eleições norte-americanas mas é, também, uma resposta aos resultados totalmente inesperados das eleições presidenciais francesas de 2002.

Nas regras que atualmente presidem as eleições presidenciais francesas, a menos que um candidato receba a maioria dos votos, há um segundo turno, no qual concorrem apenas os dois primeiros colocados no turno inicial. Presumia-se, portanto, que o primeiro turno fosse uma espécie de prévia, em que cada tendência política deveria mostrar sua força. Acreditava-se que o segundo turno colocaria frente a frente os dois partidos principais (de centro-direita e centro-esquerda).

Em 2002, entretanto, o candidato da Frente Nacional, de ultra-direita, afastou o Partido Socialista do segundo turno. O leque de opções dos eleitores ficou restrito à Frente Nacional ou ao partido tradicional à direita do centro. Diante desta opção, o Partido Socialista apoiou o candidato à direita no segundo turno, o que permitiu sua vitória tranquila. Isso deveu-se a algo simples. Houve muitos candidatos de esquerda e centro-esquerda no primeiro turno, o que impediu que o Partido Socialista obtivesse número suficiente de votos para chegar à disputa final.

O impacto das eleições de 2002 foi traumático para a esquerda francesa. O velho sistema foi concebido para uma situação na qual haja dois partidos principais. Não funciona para uma situação tripartite. Para evitar a repetição da derrota, o Partido Socialista decidiu, em 2011, realizar uma disputa prévia, aberta a qualquer um. Este processo foi bem sucedido, ao evitar que a maior parte dos candidatos da esquerda (embora não todos) disputassem diretamente as eleições – já que poderiam apresentar-se à disputa interna do Partido Socialista. A abertura levou muitos eleitores centristas a participar da prévia – o que permitiu que Hollande derrotasse um postulante à sua esquerda; e, ao final, se tornasse presidente, ao vencer o candidato da direita, o então presidente Nicolas Sarkozy.

Porém, agora que é presidente, a última coisa que Hollande deseja são prévias em que poderia ser derrotado. Ele tem perdido apoio entre o Partido Socialista, onde, um após o outro, personagens situados mais à esquerda afastaram-se ou foram expulsos de seus postos no ministério. Ele teme a entrada de novos nomes no primeiro turno da disputa, o que poderia levar à repetição do que ocorreu em 2002. Ao mesmo tempo, Sarkozy também enfrenta forte demanda por prévias em seu partido – uma disputa que também ele não teria certeza alguma de vencer.

O problema, em ambos os partidos principais, é que estão divididos internamente sobre muitos temas relevantes. Os socialistas e as forças de esquerda, debatem-se entre manter os programas liberais ou retomar as políticas de bem-estar social. Há a clivagem sobre como definir laicidade – em termos absolutos ou com tolerância às identidades culturais. E há a clivagem entre fortalecer ou enfraquecer as instituições europeias. Finalmente, há o tema, agora polarizador, do chamado “confisco de nacionalidade”, por meio do qual propõe-se que cidadãos nascidos na França sejam privados de sua nacionalidade, caso condenados por qualquer delito definido como “ajuda ao terrorismo”. Foi, historicamente, uma proposta da direita, fortemente combatida pelo Partido Socialista. A reviravolta, que seguiu-se aos atentados do Estado Islâmico em Paris, em 13 de Novembro, provoca enorme desconforto entre os socialistas.

Hollande disputa, hoje como o candidato com posições conservadoras sobre todos estes assuntos. Espera vencer como o representante da luta contra o terrorismo e, portanto, alguém que merece o apoio do centro. É este o candidato em que seu apelo às forças de esquerda tenta conduzir a um debate público.

O paralelo com Sanders é que o grupo francês pode estar captando o mesmo descontentamento popular em que o candidato rebelde dos EUA apoiou-se, para lançar-se candidato. A diferença é que os franceses enfrentam um presidente no poder, capaz de exercer todas as formas concebíveis de pressão para disciplinar os membros de seu partido. Saberemos, talvez, em seis meses, se podem ter êxito semelhante ao de Sanders.