quinta-feira, 19 de maio de 2016

Brasil: Contra-revolução social?

Álvaro Vasconcelos
Público


O governo Temer fracassará se, em nome da racionalidade macroeconómica, tentar pôr em prática uma agenda de contra-revolução social.

No dia 17 de Abril, o mundo assistiu em directo a uma lamentável cena de populismo parlamentar na Câmara dos Deputados brasileira, com justificações ridículas para a votação a favor da destituição da Presidente Dilma. Rapidamente surgiram algumas vozes a afirmar que tal espectáculo era um reflexo da realidade brasileira. Seria um erro grave confundir-se o Brasil, e o seu futuro, com as declarações, messiânicas ou de outro teor, dos seus deputados, mas também seria um erro não entender o peso crescente das correntes conservadoras evangélicas e sua influência política, que veio para ficar.

Se o espectáculo deplorável reflecte um certo Brasil que persiste, do caciquismo local, dos coronéis e da corrupção, e o peso crescente do fundamentalismo evangélico na política, também é verdade que o Brasil é hoje um país com uma vibrante sociedade civil, cosmopolita, com centros culturais de primeiro plano mundial – como é o caso de São Paulo, que é uma Nova Iorque dos trópicos. O mistério desta contradição é explicado pela persistência das velhas práticas de clientelismo, pela natureza do sistema politico, pela pulverização partidária, pelo desinteresse de muitos com a política parlamentar e a sua convicção que o que conta são os executivos, sejam federais, estaduais ou municipais.

Nos últimos vinte anos, o Brasil conheceu uma autêntica revolução social, sob o impulso da democracia reencontrada e da legitimidade das forças políticas progressistas e herdeiras da teologia da libertação, nomeadamente o PT. O PSDB dos anos 90 era no essencial um partido social-democrata e iniciou, com a Presidência de Fernando Henrique Cardoso, o processo de reformas que facilitou a revolução social dos governos da Presidência Lula, continuado no primeiro mandato de Dilma, apesar das enormes dificuldades e erros na gestão da crise financeira de 2008 e os casos de corrupção que comprometeram a agenda ética do PT.

Nos anos 80 do século passado, o Brasil era um dos países mais injustos do mundo. Edmar Lisboa Bacha consagrou a Belíndia, um país fictício onde uma pequena minoria vivia como na rica Bélgica e a imensa maioria partilhava as condições de vida das zonas mais miseráveis da India de então.

Tal como na China e na Índia, a classe média brasileira conheceu um crescimento significativo. Entre 1993 e 2012, de acordo com Marcelo Néri, no livro A Nova Classe Média, 60 milhões de brasileiros terão saído da pobreza e integrado a classe média. No entanto, são muitos os milhões de brasileiros nesta situação que actualmente, perante a recessão, se preocupam com o seu futuro.

Esta revolução social foi acompanhada por progressos significativos no domínio da emancipação das mulheres, da educação, da saúde pública, mesmo se os desafios nestas áreas continuam a ser enormes, nomeadamente o de integrar os que se definem como não brancos (51% da população segundo o censo de 2010).

Mas talvez o fenómeno mais significativo do novo Brasil tenha sido a emergência de uma poderosa sociedade civil, muito dela comprometida com a agenda social, da inclusão e de defesa dos direitos das minorias, que foi empoderada pelas tecnologias de informação e fez das redes sociais um instrumento de afirmação política e cultural. Sociedade civil sem paralelo fora da Europa ocidental e dos Estados Unidos.

O Brasil é um dos países do mundo onde os cidadãos mais utilizam as redes sociais. O Brasil já é o quarto país em número de utilizadores do Facebook, com 70,5 milhões, e também o quarto em percentagem da população, com 34,5%. O Brasil é o segundo país com maior número de utilizadores do Twitter e com uma utilização extremamente criativa do YouTube, que multiplica os canais de televisão individuais dos Youtubers e rompe com a hegemonia da TV Globo.

Através das tecnologias de informação, a sociedade civil brasileira conseguiu, assim, limitar, em certa medida, o monopólio dos grandes grupos de informação que, da hiperconservadora Veja à mais plural Folha de São Paulo, representam os interesses do passado, tendo apoiado os golpes contra as tentativas de fazer vingar uma agenda social: foi assim contra João Goulart em 1964.

quinta-feira, 12 de maio de 2016

Brasil: El 18 Brumario de Michel Temer

Fernando de la Cuadra
ALAI

“La historia se repite dos veces,
primero como tragedia y después como farsa…”
Karl Marx

Solo bastaba certificarlo: el golpe está consumado. Como ya era previsible, con la aprobación por parte del Senado de la admisibilidad de la denuncia contra Dilma Rousseff, la mandataria quedará inhabilitada hasta por 180 días -o mientras dure el proceso- para ejercer sus funciones de Jefe de Estado, ocupando el cargo aquel que hasta antes de la votación actuaba como su vicepresidente, Michel Temer. El desenlace fatal de la conjura venía siendo fraguado casi desde el mismo instante en que la presidenta consiguió en las urnas la reelección para un segundo mandato de cuatro años.

De esta forma, ha sido acometido el golpe parlamentario de las fuerzas conservadoras que se arrogan falsamente la defensa de las libertades democráticas y la recuperación de la estabilidad política y económica, cuando lo que resulta más evidente es que la propia democracia está siendo negada y la mentada estabilidad no pasa de una declaración demagógica, considerando el periodo sombrío y turbulento que a partir de ahora amenazará la convivencia pacífica en este país.

Que se puede decir de Michel Temer. Político de la vieja escuela, conspirador en las sombras del poder, articulador de bambalinas, hasta hace poco Michel Temer era una figura sin brillo, meramente decorativa, como el mismo se encargaba de difundir a los cuatro vientos. Si existe alguna unanimidad con respecto a su persona, quizás esta sea la de alguien desprovisto del carisma y la capacidad de movilizar sentimientos empáticos. No ha ejercido anteriormente la conducción de ningún gobierno, sea a nivel municipal, estadual o federal. Por lo mismo, se ha rodeado de operadores que desde hace un tiempo le vienen dictando la agenda de lo que debe hacer. Especialmente ahora que va a comandar los destinos del país por lo que resta del mandato, es decir, hasta el 31 de diciembre de 2018.

Estamos en presencia de un hombre sin cualidades, un personaje que estará al servicio de los intereses de las grandes asociaciones empresariales -como la Federación de las Industrias del Estado de São Paulo (FIESP)-, las empresas contratistas, los bancos y las entidades financieras, las administradoras de pensiones, la agroindustria, la industria farmacéutica, los conglomerados comunicacionales, las empresas de seguridad, etc. La plutocracia ha vencido y va a desfilar a sus anchas por los pasillos del Palacio do Planalto. Sus ministros ya han sido negociados con los gremios empresariales y también con los partidos que forman la base del gobierno, lo que demuestra además el manifiesto carácter fisiológico de la composición ministerial. Contrariamente a los discursos de unidad y reconstrucción nacional, los partidos se han disputado enconadamente cada ministerio para aumentar su cuota de influencia y poder, olvidando casi que instantáneamente las promesas de “hacer el sacrificio” por el bien la nación. Al anuncio original de formar un gobierno de gestores y profesionales de alto nivel le ha seguido una repartición oportunista de cargos y secretarías. El problema actual de Temer es que con la eliminación de diez ministerios tiene menos cupos que ofrecer a los partidos aliados.

Junto con ello, el programa de gobierno expuesto en el documento “Un puente para el futuro” posee un claro sesgo a favor de las empresas, imponiendo condiciones restrictivas para los trabajadores y la población en general. Su principal eje se sitúa en torno a un ajuste estructural que se realizará específicamente por medio de la contención de los gastos sociales y la contracción salarial, junto con la pérdida de derechos de los asalariados, la flexibilización y la tercerización de los contratos de diversas categorías laborales. El Plan defiende el fin de todas las indexaciones ya sea para salarios o jubilaciones. Además postula acabar con la obligación de gastar en Educación el 18 por ciento y en Salud el 15 por ciento de los ingresos recaudados con los impuestos. Dado lo anterior, ya se anuncian cortes significativos en programas emblemáticos de los gobiernos del PT, como Bolsa Familia, Minha Casa Minha Vida, Universidad para Todos (ProUni), Fondo de Financiamiento Estudiantil (FIES), Programa de Acceso a la Enseñanza Técnica y Empleo (Pronatec), Farmacia Popular, entre otros.

Otro indicador de las restricciones que se auguran es el documento llamado “Travesía Social” en el cual se presenta una propuesta de focalización para el combate a la pobreza, renunciando a las políticas universalistas que venían siendo aplicadas por las administraciones de Lula y Dilma Rousseff. El argumento contenido en este folleto es que aquellos segmentos que se ubican entre el 5 y el 40 por ciento de los más pobres del país, se encuentran insertos en el mercado de trabajo y, por lo tanto, es en ese mercado donde dichos grupos deberían obtener una mejoría en sus ingresos y no a través de las políticas sociales impulsadas por el Estado. La educación es considerada en ese contexto, simplemente como una herramienta para aumentar la productividad del trabajo y no como un factor fundamental para la formación crítica de la ciudadanía.

Si por una parte el futuro se percibe comprometido, por otra también se vislumbran tiempos de disputa en todos los ámbitos: en la calle, en los lugares de trabajo, en las escuelas y universidades y en el Estado. Sabemos que el Estado moderno no constituye un bloque homogéneo y monolítico de dirección única, sino que representa un campo de luchas y de equilibrios inestables en el que la correlación de fuerzas va definiendo los destinos que se le imprimen a un país. Exactamente por ello, es posible presagiar que pasada esta oleada revanchista, una amplia movilización ciudadana permitirá superar el actual impasse conservador y dar el viraje hacia una renovada agenda progresista. Solo así el pueblo brasileño podrá robustecer aquellas conquistas adquiridas en más de tres décadas de luchas por la profundización de la democracia y la justicia social.

quinta-feira, 5 de maio de 2016

Max Horkheimer: Eclipse da razão




Em meados da década de 1940, o filósofo alemão Max Horkheimer questiona como evitar que a barbárie, representada pelo nazifascismo e então recentemente derrotada na Europa, retorne ao Ocidente. Para ele, o avanço dos meios técnicos de esclarecimento foi acompanhado por um processo de desumanização, de modo que o progresso ameaça anular o próprio objetivo que deveria realizar: a ideia de homem. O foco aqui é entender como a promessa de uma sociedade mais humana desabou na barbárie e de que maneira podemos evitar recair no pesadelo nazifascista. Para o filósofo, expoente da Escola de Frankfurt, o progresso tecnológico ameaça nossa noção de humanidade, colocando também em risco as potencialidades de realização social aberta com a vitória e os sacrifícios da guerra. Seu objetivo declarado é “investigar o conceito de racionalidade subjacente à nossa cultura industrial contemporânea, a fim de descobrir se esse conceito não contém defeitos que o viciam em sua essência”.

Horkheimer toma como ponto de partida a diferenciação entre razão objetiva e razão subjetiva, sendo que a primeira se relaciona à faculdade de calcular probabilidades, de coordenar os meios com um fim, enquanto a segunda remete ao problema do destino humano, à organização da sociedade e à maneira de realização de fins últimos. Da tensão entre ambas, com o predomínio da razão objetiva em relação à subjetiva, emergiu um pensamento transformado em simples instrumento. O autor empreende, assim, uma profunda investigação sobre as intensas mudanças que o advento da industrialização, e com ela o predomínio da técnica, e da racionalização teve sobre a natureza humana, considerando também as implicações filosóficas destas mudanças

terça-feira, 3 de maio de 2016

Brasil: La clase política está sepultando la Política

Fernando de la Cuadra
El Ciudadano

A esta altura de los acontecimientos no existen muchas dudas de que el proceso de inhabilitación de la presidenta Dilma Rousseff será aprobado por el Senado. Lo que también resulta evidente es que los argumentos esgrimidos para justificar la casación de la mandataria no poseen base jurídica consistente y apelan indudablemente a un sentimiento de revancha política de quienes no consiguieron obtener el apoyo de la ciudadanía por medio de las urnas.

De hecho, la tesis de que el gobierno incurrió en crimen de responsabilidad utilizando el mecanismo de las llamadas “pedaladas fiscales” es una cuestión que no ha sido dirimida por los especialistas en Derecho Constitucional y lo más probable es que tal controversia jurídica continúe por mucho tiempo y se prolongue a lo largo de los años, cuando se proceda a realizar un juicio histórico de lo que sucede actualmente en Brasil. Si se descarta la dimensión jurídica de la acusación instaurada contra el ejecutivo, salta a la vista su carácter estrictamente político.

La solución para un gobierno malo no es su destitución. Problemas e ineficiencia gubernamental no pueden ser motivo para derrocar a un presidente, ya que las reglas del juego democrático son muy claras e implican que quien perdió en una contienda electoral tendrá que esperar una nueva oportunidad para convencer a los electores de que su proyecto es el mejor. Lo anterior es la base de la alternancia. No se puede desconocer esta cláusula pétrea de la democracia arguyendo que se incurrió en crímenes de responsabilidad por un mal uso de normas y procedimientos administrativos, los cuales además son objetos de las más variadas interpretaciones.

Si tanto el gobierno como la mandataria cometieron errores en la conducción del país, ello no puede en hipótesis alguna justificar una deposición, con toda la carga de dramatismo que esto representa para un sector mayoritario de la población, que observa con creciente preocupación la inestabilidad institucional y social que se apodera del país. En ese contexto, lo que se percibe en estos días sombríos es la voluntad obstinada de la clase política -preferencialmente de la oposición- en bloquear y obstruir toda y cualquier vía de diálogo que permita construir las posibles alternativas de solución a la crisis sistémica que se viene instalando, negándose vehementemente a debatir salidas de consenso en un clima de respeto por el pluralismo y la aceptación de lo diferente.

Hace algunos años atrás Hannah Arendt señalaba que la política se basa en el respeto por la pluralidad, porque ella trata fundamentalmente de la convivencia entre personas diferentes que habitan un espacio común. La familia en ese sentido es la negación de la plaza pública en la que se discuten los destinos de la comunidad o el país. La familia representa -según la pensadora alemana- un refugio, un abrigo para el individuo que se encuentra en una soledad existencial frente a un mundo inhóspito y extraño. Es una especie de fortaleza que nos aísla del mundo exterior. Por lo mismo, el parentesco se configura como una perversión de la cosa pública que anula la consideración por la alteridad, por la diferencia y por lo plural.

Este fenómeno se puso claramente de manifiesto cuando un porcentaje significativo de los diputados que votaron a favor del impeachment dedicaron su decisión a la esposa, los hijos, los padres, los nietos o los sobrinos. Desaparecieron los motivos que invocaban a la nación, los ciudadanos, el pueblo soberano, la polis… La política se ha transformado en un frio cálculo personal de costo-beneficio, en una estructura de preferencias individuales en donde cada agente evalúa cuales son los mejores escenarios y decisiones para adquirir más poder, dinero y prestigio. Por eso es que la política ha terminado siendo dominada por las empresas, que imponen su lógica competitiva y su gen darwinista cuando se dedican a financiar las campañas de aquellos candidatos que tienen mayores posibilidades de sobrevivir y que además se comprometen a efectuar un retorno incrementado de la inversión. La política perdió su vocación de servicio público y se convirtió en un oficio de especuladores y oportunistas. La operación Lava-Jato ha mostrado en este último año como existe un vasto entramado entre las principales empresas de la construcción civil, la clase política y los altos ejecutivos del aparato gubernamental. Un fenómeno transversal, del cual muy pocos partidos políticos se han mantenido al margen.

En la actual configuración del Congreso, lo único que parece consolidado es la influencia del poder económico sobre la mayoría de los parlamentarios. La reforma política que todavía es una agenda incompleta y urgente, considera una alteración drástica para el financiamiento de campañas, de manera que la subordinación de la clase política a los intereses de las empresas pueda ser revertida o moderada a través de mecanismos de financiamiento democrático que combina un financiamiento público con los aportes de los militantes o personas físicas que deseen contribuir con un monto limitado para determinado candidato o conglomerado partidario. De esta manera, cualquier intento por reivindicar la política como una actividad que recoja los anhelos y aspiraciones de la población pasa necesariamente por el fin de la manipulación de las empresas en la vida de los partidos y de la clase política.

A lo anterior se debería sumar un fortalecimiento de las prácticas de democracia directa en la cual los ciudadanos puedan discutir y deliberar sobre aquellos aspectos que afectan su vida colectiva en temas tan relevantes como las concesiones de los servicios públicos, las privatizaciones, la construcción de obras que tienen un enorme impacto ambiental o la definición de modalidades en las que se puede realizar una impugnación presidencial luego que el sufragio universal ha expresado su decisión soberana. Mientras estos aspectos tan básicos como fundamentales no sean resueltos y superados por el conjunto de los actores políticos, la democracia brasileña continuará siendo una promesa traicionada.